Pero la familia es lo más valioso e importante que puede haber en la vida de las personas.
Hoy todo el mundo habla de libertad, de romper moldes, de reinventarlo todo… y eso está bien. Pero hay una cosa que, aunque suene a “tema de conservadores”, sigue siendo esencial para nuestra vida y la sociedad: la familia.
Y no, no es solo una construcción social del pasado. Cuando hablamos de familia, esa clásica con papá, mamá e hijos, estamos hablando de un entorno que, estadísticamente, ofrece a los niños más estabilidad, mejores oportunidades y un mayor bienestar emocional. Por ejemplo, en Estados Unidos, solo el 12% de los niños con ambos padres vive en pobreza. En hogares con solo uno, la cifra sube al 44%. No es un tema menor.
Otro punto fundamental es reconocer y valorar la importancia de la figura paterna. Muchas veces se habla mucho de la mamá (y con razón), pero el papá también tiene un rol fundamental. No es solo “el que pone las reglas” o “el proveedor”, sino alguien que, cuando está presente y se involucra de verdad, se ha demostrado que es la influencia más determinante de forma positiva en el desarrollo emocional, social y hasta físico de las personas.
De hecho, hay estudios con miles de bebés que muestran que los que tienen un papá presente desarrollan mejores habilidades sociales y cognitivas. ¿Y cuando no está? Pues la cosa se complica: hay más riesgo de pobreza, de violencia, de problemas de conducta. Lo vimos, por ejemplo, en los disturbios de Tottenham en 2011: En esas redadas se descubrió que 8 de cada 10 de los arrestados no tenían figura paterna cercana.
Esto no significa que las mamás solteras lo estén haciendo mal, muchas sacan adelante a sus hijos con todo en contra, pero sí que cuando ambos padres se involucran, hay más chances de que todo vaya mejor.
¿Y si sí estamos dejando de lado la familia?
Vivimos en una época donde se promueve mucho la independencia, el “haz lo que quieras”, la diversidad de modelos familiares. Todo eso tiene su valor. Pero a veces, en medio de tanto mensaje de libertad, se deja de hablar de lo que sí funciona: la familia tradicional sigue siendo el entorno donde los niños crecen más seguros.
No es que las nuevas ideas “quieran destruir la familia”, pero muchas veces le bajan tanto el perfil que se vuelve invisible en el debate público. Y eso es un problema, porque mientras evitamos decir que tener a los dos padres presentes ayuda, millones de niños están creciendo sin ese apoyo completo.
Pero proteger a la familia necesariamente implica defender el valor más fundamental del ser humano: la vida, que también es parte del combo. La familia empieza desde la concepción. Porque en ese momento ya hay un ser humano con ADN propio. Y si no protegemos la vida desde ahí, ¿cómo vamos a decir que valoramos a las personas?
También hay que hablar de las consecuencias: hay estudios que indican que muchas mujeres que abortan terminan con problemas emocionales y mentales. Por eso, en lugar de empujar el aborto como la única salida, muchos proponen otras opciones como la adopción o programas de apoyo para mamás en crisis. La idea no es juzgar, sino ofrecer alternativas reales.
La familias necesitan más apoyo y menos discursos vacíos. Si de verdad queremos fortalecer a las familias, hay que hacerlo con acciones, no solo palabras bonitas. ¿Cómo? Con políticas públicas que hagan más fácil criar a un hijo: apoyos económicos, licencias de maternidad y paternidad reales, acceso a guarderías, y procesos de adopción menos burocráticos.
En países como México, donde casi la mitad de los niños nace en familias con pocos recursos, esto es urgente. Y también necesitamos dejar atrás el miedo a decir lo obvio: tener a los dos padres presentes (cuando se puede) es mejor para los niños. Pero eso no significa discriminar a otras formas de familia. Se trata de reconocer lo que funciona y, al mismo tiempo, apoyar a todos.
La familia sí importa, puede no estar en tendencia, pero sigue siendo el primer lugar donde aprendemos quiénes somos, en quién confiar, cómo amar. En un mundo que cambia todo el tiempo, tener ese “lugar seguro” marca la diferencia.
Así que sí, está bien hablar de libertad, de inclusión, de diversidad… pero también hace falta volver a poner a la familia sobre la mesa y al centro. No como un modelo único y perfecto, sino como una base sólida para una vida mejor.
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