lunes, 24 de noviembre de 2025

Cuando siempre se busca culpar al extraño enemigo

El relato que intenta presentar a México como un territorio “blindado” frente a las corrientes políticas de derecha parte de una premisa equivocada: en el país sí existe un creciente hartazgo hacia el rumbo del Gobierno y este descontento no puede explicarse reduciéndolo a la influencia de una oligarquía que controla los medios o de actores extranjeros.

Atribuir las críticas hacia la administración de Claudia Sheinbaum a un supuesto “avance de la ultraderecha internacional” es una forma conveniente de evadir la responsabilidad por la inseguridad, la corrupción y el desgaste institucional que hoy perciben amplios sectores de la población.

Las protestas y el malestar social no son producto de campañas foráneas, sino de una realidad que la ciudadanía vive todos los días. La violencia, la impunidad y la descomposición de instituciones clave han generado un ambiente donde la inconformidad crece de manera orgánica.

Pensar que este fenómeno depende de la llegada de comunicadores extranjeros o de figuras polémicas del exterior es minimizar la capacidad crítica de los mexicanos.

Tampoco es cierto que los intentos de articular una oposición más firme provengan principalmente del exterior. La razón por la que han surgido voces más duras dentro del país es que el Gobierno ha concentrado poder, desmantelado contrapesos y debilitado el equilibrio institucional, factores que inevitablemente despiertan resistencia social. 

El problema no es un complot, sino un modelo de poder que ha generado desconfianza dentro y fuera de Morena.

El argumento de que la tradición política mexicana impide que prosperen movimientos conservadores también pasa por alto un hecho crucial: la pluralidad política de México siempre ha sido dinámica, y la ciudadanía ha demostrado en repetidas ocasiones que puede cambiar de rumbo cuando un proyecto ya no responde a sus necesidades. 

La idea de que ciertos sectores solo defienden “privilegios” es un estereotipo que alimenta la polarización y no refleja la diversidad de motivos que llevan a muchas personas a cuestionar al actual Gobierno.

El desgaste de Morena, visible en sus propios números y en las percepciones públicas, no es resultado de interferencias extranjeras, sino de errores estratégicos, escándalos de corrupción y falta de respuestas creíbles ante problemas urgentes.

La distancia que crece entre la presidenta y su partido demuestra que la inconformidad también es interna, profunda y difícil de maquillar con explicaciones simplistas.

La narrativa de que México sigue impenetrable a debates internacionales ignora que las ideas políticas contemporáneas circulan globalmente en todas direcciones. 

Así como la izquierda latinoamericana ha sido influenciada durante décadas por corrientes globales, la derecha también puede articularse a partir de redes de intercambio. 

Esto no implica necesariamente manipulación, sino participación en un mundo donde las conversaciones políticas ya no respetan fronteras.

Reducir la inconformidad a una amenaza “ultra” externa es una forma de deslegitimar la crítica. La ciudadanía mexicana no necesita voceros extranjeros para ver lo que ocurre en su propio país. 

Si hoy existe mayor apertura a discursos alternativos es porque muchos sienten que el actual Gobierno ya no representa sus expectativas ni da respuestas a los desafíos más urgentes del país. 

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